Editorial

Julio: Santiago, Patrón de España

Hoy, día de Santiago, no dejaremos pasar la ocasión de rendir al Patrón de España el homenaje de nuestro recuerdo, un homenaje que nace además de una renovada curiosidad hacia su figura, su simbolismo y la enseñanza que de ello se pueda extraer.

Lo primero es decir que Santiago (o Jacob, o Sant'Yacob, o Sant Yago, o São Tiago, o Saint Jacques,...), el que luego sería patrono de España, con toda seguridad no estuvo nunca en ella; ni vivo, ni, según parece, muerto tampoco. Así que, por el lado de la historia, no parece que ésta nos ayude demasiado a relacionar la persona del apóstol con la nación que quiso ponerse bajo su advocación.

Pero la leyenda, sin embargo, sí. Las leyendas podría decirse que son como los sueños de un pueblo. En ambos casos, las «cosas absurdas» que todos soñamos al dormir o que oímos contar en las leyendas que recibimos del pasado, son en realidad verdades muy profundas de la personalidad de hombres y pueblos, que tienen, sin embargo, que salir «disfrazados absurdamente», es decir en forma de símbolos, para eludir la «censura» de la razón, en el caso del hombre, o la censura de la «cultura oficial» en el caso de los pueblos. Y, como tales símbolos, sólo serán entendidos por quienes tengan interés en interpretarlos, por quienes intenten entenderlos y, por ello, tal vez consigan llegar a conocer la realidad total de las cosas, y con un instrumento más poderoso que la razón.

La leyenda sobre el apóstol Santiago que el fraile mozárabe Beato de Liébana, entre otros, tejieron y, tal vez también recogieron de tradiciones más antiguas, nos lo describe, procedente de Palestina, desembarcando en la misteriosa Tartesos (Andalucía), predicando (con escasa fortuna) por toda España; lo vemos también a orillas del Ebro cumpliendo el mandato que la Virgen, desde lo alto de un «pilar», le hace de levantar allí un templo; y, más tarde, tras su ejecución en Palestina, hacia el año 44, cuenta también la leyenda que un barco gobernado milagrosamente llevaría su cuerpo, por el Mar Tenebroso (el Atlántico), hasta Galicia, donde, tras desembarcar en Noya, sus discípulos lo enterrarían en el lugar de Amaea, más tarde Compostela, cerca del «Finis Terrae».

No somos entendidos en descifrar leyendas, y no lo vamos a intentar aquí, claro. Pero sí queremos destacar el hecho de que múltiples voces autorizadas en esta materia insisten en relacionar de forma clara y significativa la figura milagrosa/misteriosa de Santiago con la piedra, el material arquitectónico por excelencia, y, por esa vía, con los maestros canteros medievales, los sutiles constructores de templos y, más tarde, de catedrales, que llenarían el Camino de Santiago de albergues, hospitales e iglesias, bajo la dirección y custodia espiritual de frailes mozárabes primero, y benedictinos después; dos órdenes, por otra parte, importantes en la historia religiosa, cultural y política de la Europa y la España medievales.

Pero, junto al simbolismo arquitectónico de Santiago, no podemos dejar de mencionar el hecho de que la organización del Camino de Santiago y toda la cultura religiosa, y hasta esotérica, que éste encierra proviene de una formidable integración de tradiciones. Por una parte, la asimilación o integración al cristianismo de religiones ancestrales (que ya celebraban cultos en estos lugares) por los frailes mozárabes. Obra paralela a la que los monjes irlandeses de San Columbano realizaban con las creencias célticas y druídicas oriundas de su isla y que constituiría su aportación al integrarse completamente a la iglesia romana, la cual venía representada entonces principalmente por la orden de San Benito o benedictina, auténtico foco rector de buena parte de la vida medieval; y finalmente la aportación visigótico/musulmana que hacía también la iglesia más genuinamente española, la «toledana» o mozárabe.

Esa colosal integración espiritual nacía del esfuerzo y de la voluntad de toda la Cristiandad de aquella Europa, y fue alentada por la necesidad de construir el Camino de Santiago, un camino que recorre y acaba en España. Un camino cuyos abundantes símbolos acaso puedan decirnos mucho de lo que es España y que aún no hemos entendido. Y mucho también de lo que España, como tal, puede ofrecer de sí misma en esa ascensión histórica y lenta hacia la unidad total del orbe humano, hacia la Unidad sin adjetivos, hacia Dios. Hasta lograr nuevamente una civilización donde lo profano sea, tan sólo, una forma inferior de existencia.

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