Editorial
Octubre 97

La Hispanidad

La Hispanidad, que hoy conmemoramos, constituye la mejor prueba de que la Patria es un hecho esencialmente dinámico, un acto de constante integración, de fusión, si se quiere, de hombres, tierras, proyectos y destinos.

Una plataforma en la que se cumple, mejor que de ningún otro modo, esa especie de «instinto metafísico» de Unidad que necesariamente nos conduce a los hombres, al final de un largo camino, hasta Dios.

La existencia de la Hispanidad es prueba viva y evidente de que la Patria no puede ser sólo, ni principalmente, un espacio entrañable o un grupo en el que nos reconocemos (con frecuencia, con más egoísmo que generosidad); sino que la patria ha de ser un enorme esfuerzo de la razón por amar lo ajeno, encontrarle gracia a lo extraño, sentir una cierta complicidad con cada prójimo; un esfuerzo de la inteligencia y de la voluntad por asumir hasta con los sentidos lo que está más allá de lo tangible, incluso en sus más particulares detalles.

Imágenes de Iberoamérica, sus acentos, sus gentes, sus rostros, sus ideas, sus estilos e idiosincrasias locales tienen que llegar, por cualquier vía, a sernos tan cotidianos, como los medios audiovisuales se encargan de que lo parezcan cosas, en realidad y de momento, tan ajenas a nosotros como las horribles calles de Nueva York o el Día de Acción de Gracias, que el día menos pensado seguro que a cualquier idiota se le va ocurrir celebrar también aquí.

Debería quedar para la posteridad, como una auténtica lección de Hispanidad, la intervención del anterior presidente de la República Dominicana, Joaquín Balaguer, en la Segunda Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado celebrada en Madrid, en 1992: viejo profesor, octogenario, casi ciego, que, puesto de pie y sin leer, agotó, duplicó, y aun triplicó, el tiempo de intervención que tenía asignado, haciendo un encendido y cultísimo elogio de España; ningún español allí presente, hasta el más indiferente, pudo menos que sentirse embargado de orgullo y hasta de emoción en aquel momento casi mágico.

A cambio, ¿qué sabemos nosotros de su República Dominicana, aparte de que está en algún lugar del Caribe (si es que eso se sabe), que hacer turismo allí es barato y del que, además, algunos canallas de la «madre-patria», entre otros, han inventado una modalidad denominada sexual y que consiste en explotar el hambre de las mujeres de aquella media isla; y que una de ellas, aquí en España, para vergüenza nuestra, fue asesinada por un patriótico energúmeno?. ¿Sabemos, acaso, dónde está El Salvador?, país en el que, por cierto, un camarada nuestro, Suso, trabaja como cooperante en una de sus comunidades rurales.

Como veis, urge hacer ese esfuerzo de integración; ese esfuerzo de crecer a la altura de realidades que por su dimensión nos superan, pero que al intentar abarcarlas con la mente y con el corazón, crecemos espiritualmente, mejoramos como personas y ganamos perspectiva imperial, como la tenía, por encima de la miseria de su pueblo, aquel anciano enamorado de España.

Es, en definitiva, una cuestión de actitud. Se requiere para ese esfuerzo una actitud positiva y abierta: frente a los demás, frente al mundo y frente al futuro. Algo muy parecido a lo que Julián Marías llama la verdadera inteligencia.

*

Lo contrario a ese patriotismo hispánico y espiral es precisamente la patriotería españolera, excluyente, fanfarrona, autocomplaciente y acrítica, de índole sentimental, que nos lleva a odiar a extraños e incluso a propios y, aun, a llamar «sudacas» a quienes vienen de aquel otro extremo de la Hispanidad, como un ejemplo más de odio y desprecio hacia todo lo que está vivo por parte de aquellos para quien la «patria» es simple miedo a la historia que queda por escribir. A esta colección de sentimientos negativos muchos llaman patriotismo, y se sienten orgullosos de ello y hasta virtuosos. En realidad, es un «patriotismo» en nada distinto al de esos infelices de la «inmersión lingüística» y del «Rh»: pura soberbia que a la postre sólo puede resolverse en insatisfacción y pobreza de espíritu.

Ensanchar, pues, nuestro patriotismo a escala de continentes y razas nos permitiría, por el cambio de perspectiva, otorgar a muchos de los arduosísimos problemas nacionales que enfrentan con denuedo nuestros políticos, sobre todo los autonómicos, la justa categoría de simplezas administrativas y nos permitiría, a la vez, percibir también la importancia y, por ello, la responsabilidad de ser español en el marco de esa gran dialéctica abierta en Occidente entre las culturas hispana y anglosajona, es decir latina y germánica, una de tradición mestiza, la otra de tradición racista.

¡Arriba la Hispanidad!

 

Actualizado
8 / 12 / 97

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