Preparar la Navidad es ya empezar a gozarla (al menos, eso predica un spot publicitario de El Corte Inglés). ¿Y no será que, incluso los que nos llamamos cristianos estamos haciendo una burla de la Navidad?.

¡Que ha nacido el Hijo de Dios como hombre en un pobre portal! ...¡Y qué más da!. ¡El consumismo nos ha emborrachado!. ¡Las lucecitas son para iluminar escaparates!. Si la Navidad no nos hace comprender que los pobres son nuestros hermanos... Si las ganas de ser bueno se terminan con el último bocado de mazapán... ¡Seamos honestos!. ¡Llamemos a estos días «vacaciones de invierno»!. ¡Borremos la palabra Navidad!

Se atribuye a Confucio la máxima «no seas canalla, y habrá un canalla menos en el mundo». Parece algo obvio. Pero si de verdad cada uno de nosotros lo practicase con asiduidad, habría no uno, sino ciento sesenta canallas menos en el mundo. Y eso es muchísimo. Ciento sesenta hombres y mujeres que harían lo posible por evitar que la Navidad acabe completamente prostituida, en lo que tiene de cultura vivida y de emoción humana y religiosa.

Si aprovechamos la ocasión para enseñar a nuestros hijos a desear con prudencia, a renunciar con criterio, a aceptar límites y a no enloquecer ante los anuncios de juguetes, estaremos contribuyendo a su futura felicidad y a su equilibrio emocional y social. Si procuramos revivir y recrear el ambiente de entusiasmo con que, en nuestra infancia, vivíamos estas fechas, fascinados y hasta sobrecogidos por la procedencia sobrenatural de aquella esperada visita de los Reyes Magos, estaremos recuperando algo de la ingenuidad perdida, tan necesaria para volver a hablar con Dios de forma directa y natural y aun para, sin alardes maximalistas, desencanallar muchas cosas de la vida que urge corregir.

Y ya eso no sería poco.

Deseamos, pues, a todos nuestros camaradas una feliz y combativa Navidad. Y, por supuesto, un año 1998 merecidamente próspero.